El periodo hiato: reseña de Prometea Cansada de/con Teresa Hernández
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Ser estrafalario es sinónimo de extraño. Esta pieza fue dedicada a todes les artistas estrafalarios que Teresa conoce, y a los que le faltan. A los seres estrafalarios se les coloca en un no-lugar: una especie de limbo fácil de descartar y que suele ser ridiculizado por su diferente forma de ser, vestir, hablar, crear y más. Quien escribe es estrafalario, y esta reseña también.
A Teresa la conozco desde chamaquito y la he perseguido por verme reflejade en su práctica y querer siempre aprender de su metodología. Ha sido colaboradora de mis ocurrencias y, por eso, antes de hablar de la obra recién estrenada, les cuento de Vaciamiento: micro residencia para demoler de Asuntos Efímeros.
Proyecto estrenado en marzo del 2021 con Hernández, en la Casa Protegida de Ponkas y Jamonas en el pueblo de Aibonito. A les artistas que deciden participar de esta microresidencia les pido un concepto de trabajo en proceso y les acompaño durante 8 días con la finalidad de producir material y presentar una muestra. Las fotos tomadas por Pedro Iván Bonilla que acompañan este escrito son de la muestra de este laboratorio intensivo que me marcó y del que siempre estaré agradecide.
Antes de llegar a Aibonito, Teresa me escribe:
“Me propongo vaciarme de lo que ha ocupado mi práctica artística los últimos años y permitir que otros imaginarios que seducen aparezcan. La tarea de vaciar es necesaria para dejar entrar. Quiero regresar, si es que he estado, a ese universo del artificio, lo espectacular, lo político paródico, lo divertido, aunque no me salga; la tristeza, lo agónico, son fuerzas que me rigen y se unen con deseos de celebrar, animar lo que no existe. Escribo buscando cómo entender y explicar lo que quiero hacer, pero no aspiro a ser entendida. Esto es vaciamiento.”
Estudiamos unas entrevistas de Clarice Lispector que Teresa trajo como material de investigación, en las que estaba casi paralizada, y le decía las palabras con las que cierra Prometea:
“Tengo periodos de trabajar intensamente y otros periodos hiatos, en los que la vida se hace intolerable y para salvarme me arrojo a otras cosas. No soy una persona solitaria, tengo muchos amigos. Estoy cansada, pero en general soy una persona alegre.
Cuando no hago mi arte, estoy muerta. Ahora estoy muerta, por ahora estoy muerta… estoy hablando desde mi tumba.”
En ese proceso, sin saberlo, atestigüé los inicios de Prometea Cansada, que acaba de ser estrenada el 25 de abril de 2025 como parte de las residencias artísticas del Programa de Artes Escénicas del Instituto de Cultura Puertorriqueña, en el marco de su Festival de Teatro Puertorriqueño, que este año se lució con una maravillosa selección de trabajos.
Teresa dio cátedra, una vez más, de su maestría creativa, epifenófemo que cala hasta el tuétano.
La mujer política. Siempre pertinente.
La hastiada.
La invencible y cansada.
La mujer fiera y dueña de su universo.
No existe en Prometea Cansada un desaire, pero en Prometea el personaje sí
Soy testigo del proceso de síntesis, que ejecutó la artista desde el 2021 en Aibonito hasta ahora. De cómo una artista convierte el periodo hiato —del que habla Clarice Lispector— en un unipersonal atento a su realidad y a la de todo un país.
Según el diccionario filosófico, el hiato es:
“Una interrupción, pausa o separación en el tiempo o en el espacio de un proceso, concepto o idea. Puede implicar una brecha en la continuidad, un vacío, una discontinuidad.”
Con eso en la baqueta, nos recibe Prometea en una cama-casa-tumba,
una especie de camisa de fuerza en espiral.
Nos invita a rodearla.
Habla en sílabas aspiradas.
Un piano, magistralmente tocado por la artista Alexandra Rivera, duele.
Prometea está sola y encerrada por decisión. En una espiral de pensamientos intrusivos, en “la tumba que aguarda sus fúnebres ramos” que Rubén Darío hizo poesía.
Nunca olvidaré una clase de Viveca Vázquez, fundadora del Taller de Otra Cosa, que Teresa llama su utopía encarnada. En esa clase, Vázquez, quebrada, nos dijo a sus estudiantes:
“El proceso de la creación es de mucha soledad.”
Teresa trabaja sola y constantemente. No para de resistir los embates y escollos de subsistir en Puerto Rico.
Prometea Cansada es el resultado de un país que aplasta la cultura en vez de impulsarla.
El arte de Teresa es la reacción de una bestia indomable que no se deja.
El segundo personaje que interpreta es Lázara, quien se encargó de la denuncia,
de la lucidez que solo parece hallarse en una cubana
que alega no ser artista,
que se presenta como amiga y cuidadora cultivada,
y que, con su comicidad, logra cagarse en la madre del proceso institucional, frío e inescrupuloso, de la gestión en tiempos de lo políticamente correcto. Fenomenal el momento en que cuestiona el término industrias creativas opinando que algo de usar la palabra industria no es afín al arte. Sobre todo al auténtico.
Lázara es esa amiga que entiende lo que ni la artista puede.
Que reconoce el milagro de la extrañeza.
Es una acumuladora.
Es esa alma que todo artista necesita y pocas veces encuentra.
Es la comprensión. La certeza siempre preocupada.
La que puede ver más allá de la obra.
La que atraviesa los ojos.
La que está sola, pero sin las complicaciones emocionales que suelen tener les sensibles y frágiles artistas.
La que, para salvarse de su miseria, sale a ayudar a la gente.
La migrante que tiene a la mayoría de su familia lejos.
La Prometea Cansada y atada a su cama-casa-tumba es la misma excéntrica que, según Lázara, accionaba en la costa de Aguadilla y salía tan sobrecogida de su sacrificio estético, que necesitaba recomponerse bajo la sombra de un árbol —que por suerte todavía existe—. Ese día, luego del performance, Lázara aprendió de la artista a observar pacientemente la naturaleza para reconocer el milagro estético de una luz que, entre las hojas, pinta la sombra de un parto doloroso que solo servirá para elevar el estado de consciencia de quien tenga los ojos listos para presenciar una obra de arte incómoda por rara.
Lázara también nos cuenta el día que Prometea, desde el balcón de su casa, con un corset confeccionado con las chapas de las tantas cervezas consumidas y unos largos elásticos amarillos, asumía un alter ego sadomasoquista al que llamó “Emprendetrix”. Este performance fue recreado en la función. Intuyo la prescencia traviesa de cuestionar y profundizar en eso de “industria creativa” La cama se convirtió en el balcón de Prometea. Y fue colocada bien cerca de las gradas. Teresa-Prometea le pedía a la audiencia que la halaran de los elásticos amarillos, mientras frotaba su sexo con la baranda, asumía el riesgo de comerse el cuento del PROGRESO, que —no por nada— era la palabra de seguridad que, al escucharla, el público, en complicidad erótica, debía aflojar el tirón.
Este fue uno de los momentos interactivos más perturbadores. Hubo morbo, pues fue un juego con la desventura, donde se jugaba con la inquietud social de les hacedores de cultura y les ciudadanes de esta isla atrapada en cuatrienios penepés, deuda externa y leyes que propician el éxodo. Nos convertimos en un lomo de carga. Un momento del que fui testigo en Aibonito durante Vaciamiento. La artista cargaba un bulto de ropa que, si era de Prometea, tenía que estar sucia.
En este montaje, el artista Eduardo Alegría estuvo a cargo del concepto para el ambiente sonoro, que combinó sonidos de animales, sonidos del archivo de Alegría, improvisación en el piano a cargo de Alexandra Rivera, y Jorge Castro aportó sonidos adicionales y la mezcla. La rigurosidad con la que Hernández acaricia los detalles de sus imágenes, momentos y transiciones es la receta obsesiva que hace que el experimentalismo no sea un embeleco. Es un proceso artesanal de muchas capas. De darle tiempo al material. Y aunque suene contradicción al mencionar tanta gente: de mucha, y poco lujosa, soledad.
Felicito a todo el equipo por tan necesaria hazaña, en especial al trabajo de vestuario conceptualizado por Hernández, pero confeccionado por Freddie Mercado Velázquez en los sombreros y el corset del tirón. Aris Mejías confeccionó el patrón del vestuario de Prometea, que en el inicio fue una espiral rodeada por la audiencia y vivida por una artista que regresa a la creación de personajes y el artificio.
El montaje de visuales estuvo a cargo de Ryan Pérez Hicks. Excelente decisión la de proyectar las hojas con la luz del sol atravesada sobre la cama, que, llegado ese momento, había sido todo. También, la dirección técnica y el implacable diseño de luces a cargo de Juan Fernando Morales, que siempre pinta los montajes con la sensibilidad que amerita.
En la obra reí y lloré tanto como en los ocho días de Vaciamiento. No fui la única conmovida. Estoy en un periodo hiato, luego de la cuesta arriba faena del Código de Desorden Público. Me sentí más estrafalario que nunca. Esa noche vi salir el sol reflexionando la puesta, mi vida en el arte, el Yo Implacable, el ego, la importancia de les amigues, y me lancé a esta escritura para salvarme.
¡Gracias Teresa! No te encojones mucho… a menos que sea para seguir pariendo precedentes en la historia del arte escénico de Puerto Rico y el mundo.
Brindo por eso y por el cansancio.
Me encantó tu texto. Lo contextualizas y das en el clavo. Soy Marithelma Costa quien se sentó junto a ustedes en Zoetrope hoy.
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