“El amor es un asesinato a largo plazo” Reseña de Historia de horror casi en blanco y negro
Escrita y dirigida por Joaquín Octavio Teatro Francisco Arriví, 25 de abril de 2025
Por Mickey Negrón
Fotos por Dino Agostini Fitch
El Festival de Teatro Puertorriqueño del Instituto de Cultura Puertorriqueña seleccionó este año un documento del archivo vivo del arte escénico de la isla. Un montaje acunado en la Universidad de Puerto Rico, que no viví por ser más chamaquito, pero que admiré y me impulsó en mi año de prepa. Una rama experimental afianzada en la dramaturgia como dispositivo de montaje. Luego de 20 años, vuelve a escena Historia de horror casi en blanco y negro. Por primera vez la veo, y el asombro por esta generación de artistas sigue en aumento.
Antecedentes
Palpita, en mi perceptivo imaginario respecto a la obra, el legado de la pedagogía de Rosa Luisa Márquez y el intercambio con el Grupo Malayerba, que propició en su valioso tiempo de profesora. También, las clases de actuación de Carola García López y el curso de Danza Contemporánea para actores, de Viveca Vázquez, así como las clases de danza moderna de Petra Bravo y su riguroso entrenamiento fundamentado en el ballet. Todo esto convivía con la exclusiva e inquietante norma que promovía un Departamento de Drama dirigido por el fenecido director Dean Zayas, con su afán por lo clásico y el Siglo de Oro.
En ese contexto, esta generación de teatreros de la UPR forjó una voz y un pensamiento escénico. Menciono como mis referentes a Silvia Bofill, Eyerí Cruz Otero, Rojo Coquí Robles, Javier Antonio González, Kairiana Núñez Santaliz, Pepe Álvarez Colón y Freddy Acevedo, de quien me parece pertinente mencionar su performance presentado el 25 de marzo de 1999, en el evento Teatrazo, que se celebraba en la Glorieta del Departamento de Drama. En esta performance, Acevedo entraba con un pollito vivo y una grabadora que transmitía noticias de los bombardeos en la desaparecida Yugoslavia y las masacres en Kosovo. El artista mató al pollito, que había puesto dentro de una bolsa lanzándolo contra el piso. La sangre y las entrañas del pollito salpicaron a algunas de las personas del público, que fueron sin consentimiento cómplices y testigos de la violencia que puede incluir el arte político y conceptual. Menciono este suceso por su paralelismo con la crueldad con que la obra que reseño trata la muerte, y porque da la casualidad de que Freddy interpreta a El Forense, uno de los personajes asesinos de la trama, de quien luego abundaré .
De esta generación surgen los grupos Y No Había Luz, Papel Machete y Teatro Breve, que se aleja de lo experimental, pero cuyo trabajo abarca la comedia inteligente y liberal. Y en su equipo figuran actores y actrices de alto calibre.
Fuera de la universidad, pero muy cerca, la maestra Deborah Hunt administraba el Teatro Yerbabruja y facilitaba talleres con una estética que valoraba más el objeto que el sujeto. Hunt es la escuela de pasar tu alma a lo inanimado. La radical maestra de jóvenes, Maritza Pérez Otero, sostenía el grupo Jóvenes del 98, haciendo teatro de calle y político. Aravind Adyanthaya, en su Casa Cruz de la Luna, arriesgaba lo biológico en las salvajadas surrealistas que el sueño de nación y su mente prodigiosa ameritaban. Puchi Platón y sus “de la manga”; el “Boricua burlesque” que desataba el niuyorican, donde Freddie Mercado, María de Azúa y Fofé Abreu, entre otres, hacían de la cabronería un planteamiento farmacopornopolítico… y mucho más. No estoy enterada de todo. Hablo desde la leyenda que he construido del cuento, del boca a boca, de las ganas de haber nacido antes. Y de una que otra joya que aparece en YouTube. Me disculpo de antemano si se me escapa algo.
Esta generación recibió, sin saberlo, lo último que le quedaba a la universidad antes de la cúspide del fracaso del país. El resto, incluyéndome, nos hemos forjado en el fracaso… desde eso zumbo este texto frágil. Hago la salvedad porque, en la colonia, las semanas son centenarias. Cada día es un escollo nuevo. Cada minuto implica nostalgia, olvido, querencias y dulce saoco. Y siempre es una historia de horror casi en blanco y negro. Ese “casi” contiene la gama, el espectro que la humaniza…
A elles, mis colegas del tiempo entero periférico, de una IUPI atestada, implacable, soberbia, les dedico estas palabras de admiración y cortejo.
Historia de horror casi en blanco y negro me puso a pensar en la pertinencia de rescatar y remontar piezas del pasado. Joaquín Octavio escribió esta pieza hace 20 años. Y al día de hoy me pregunto: ¿cómo sería la historia de este montaje en un verdadero país? Y me respondo de inmediato: contaría con un historial de constancia… sería una pieza en cartelera, en su teatro. De seguro, Joaquín tendría un repertorio más extenso en su trayectoria.
A continuación mi mirada a la obra. Contiene descripciones de escena así que esto es un SPOILERT ALERT.
El espectáculo abre con un solo del artista Iván Olmo (el Sujeto), quien es la víctima de un asesinato, presagio de nuestro muerto para’o, en jetski o en motora. Digo presagio porque hace 20 años la realidad de nuestros velorios no incluía ese imaginario. A mí, Olmo me cautivó. Me consta su práctica y entrenamiento en pantomima. A mí la pantomima nunca me ha gustado, pero reconozco el entrenamiento arduo al que se entregan sus hacedores. El entrenamiento físico siempre aporta a la precisión y aumenta los alcances de quien vive el escenario. Olmo tuvo eso en el asesinato: tuvo gracia y garbo… y los valores de producción que lo acompañaron nos hicieron sentir que estábamos viendo un clásico del cine mudo.
En la obra nunca llegamos al velorio, pero ese muerto sigue presente durante la investigación del Detective Clásico, interpretado por José Eugenio Hernández. Esa apertura revela sin piedad esa capacidad boricua de hacer de una pérdida una pavera. Cual novela detectivesca, el detective (torpe pero hermoso) trata de obviar su deseo por la principal sospechosa, La Viuda sexy (Jessica Rodríguez), mientras entrevista a una serie de desalmados vecinos que, en nombre del amor —al que declaro responsable y culpable de la sangre derramada—, se confiesan, sin decirlo, asesinos.
Eros y Tánatos. Pulsión de amor y muerte. Platón dice en El banquete que Sócrates afirma que el amor no es bello ni bueno, es un demonio, hijo de Penía (limosnera carente) y de Poros (oportunista). Manuel Ramos Otero, en El cuento de la mujer del mar, dice que “el amor es un asesinato a largo plazo”.
La entrada triunfal de la viuda al interrogatorio fue memorable. El vestuario, a cargo de Cristina Agostini Fich, ya había establecido presencia… pero con la viuda, rajó. Ella vestía el requisito para una actriz en su salsa. Rodríguez, en su personaje de la viuda sensual, desfiguró hasta la burla la guapeza hembra corvejón. El colmo de una postura tan libidinosa que, en vez de excitar, preocupa. La aparente banalidad de su actuación carcome una estética establecida como lo bello. Y demuestra un hastío de hembra de voz gruesa, impostada… de voz tenaz. De “soy protagonista y villana del absurdo de ser la bonita”. Del saber que un pelo de eso hala más que una junta de bueyes y que “a mí plin quién mató al tonto que me tocó de esposo”. El detective se embriaga de esa trampa fatal, y a ella le gusta. A ella le dan ganas de jugar con el misterio. Porque sabe su poder. Su pocas veces considerado privilegio. Y se preguntan lo mismo al derecho y al revés. Y se repite lo mismo que nunca es igual. Y se gustan. Porque esta historia no es en blanco y negro… casi.
El detective va a la morgue, donde Freddy Acevedo, en su personaje de El Forense, mataba por desmenuzar la muerte, como objeto del deseo, como dispositivo de perdurar y descuartizar. Comete, pues, un asesinato más. El Profesor Z, interpretado por Lidy Paoli, se fue con los Panchos, y porque sí: no entendí ni lo tengo que entender. Para entender vamos al baño, no al teatro. El Forense es un necrofílico, en una isla regida por necropolíticas, como bien señala Melanie Pérez Ortiz en su libro La revolución de las apetencias. Este país es muerte y desalojo, y existen precedentes citados en esta escena. El trágico evento ocurrido el 25 de julio de 1978: uno de los momentos más oscuros en la historia de nuestra isla. Carlos Soto Arriví y Arnaldo Darío Rosado fueron asesinados por la policía. Muertes que develan y encubren. Los muertos del huracán María y el conteo disminuido de parte del gobierno que para colmo escondía suministros. Son años de trabucos penepés… pero sigamos con la historia, que no es azul, blanco o negro… es casi… ROJA. No rojo populete El rojo de esta historia es sangre y cortina. La cortina que impide la visibilidad o la entrada de luz que tanto necesita El Detective Clásico.
En esa búsqueda de culpables que exoneren a la sujeto-objeto del deseo, el detective llega a la casa de los chiquitiadores: los vecinitos (Adriana Ramírez y Ricardo André Lugo). Una pareja macabra e insoportable. Que se amodian, que se amodetestan. Que se presentan tiernos y son macabros. Ellos son capota y pintura, es decir, unos echapalantistas. Aún así, no pueden esquivar la bestia asesina. En esta farsa son absurdos, pero aunque lo intentan, no son hipócritas. Aplaudo la osadía en el texto, al terminar con lo políticamente incorrecto y referirse a Otilio Warrington, el gran comediante conocido como Bizcocho, como un gordito y negrito. Hace 20 años, las políticas de género y raza eran otras. Estas normas nuevas han sido inquisidoras, y a mí me preocupa lo correcto en el arte. Pero, volviendo a ese momento del chiquiteo, Ana Lydia Vega se tuvo que jayar… y by the way… estaba en el público. ¡Qué lujo, Joaquín! Los vecinitos le recomiendan al Detectivito visitar la casa de la Señora Matagatos, y hasta allí llega el débil amante.
Lourdes Quiñones, interpretando a esta mujer, ha dejado una peste en ese escenario, amigues. ¡Qué clase de actriz! ¡Qué bólido! Exquisita en su ceguera, en su estofado caníbal, en sus ínfulas y frustraciones. Algo le
metió al detective… yo, él, me hubiera chequeado el culo… esa Matagatos es el diablo. Ella no está sola. Vive con su víctima, exmarido, perpetuado en un cuadro que siempre la está —o nos está— mirando.
Aprovecho el guiño para exaltar el trabajo escenográfico a cargo de Bernat Tort, que cumplió con las transformaciones necesarias para crear el ámbito de cada lugar imaginario en el que nos situamos. El buen gusto se agradece. Estoy harta de decorados que son el product placement de algún auspicio y no aportan un pito a la experiencia.
Volviendo a la Sra. Matagatos, podría fácilmente caer en las redes de su presencia y le deseo una vuelta a la fama que tanto anhela, antes de que la metan presa o a un manicomio.
Matagatos acciona la vitrola y suena “Un año de amor” en la voz de Luz Casal, y la viuda sexy llega a lipsinguearla en rojo Almodóvar, con los zapatos que necesito ahora. En esa escena entra la manada de la que hasta ahora no he hablado, porque, cabrones, escribir no es fácil. Ya mismo les proporcionaré una descripción de esa manada torpe, equivocada, pero limpiecitaaaaa, que se encargaba de mover utilería y, sin prisa, hacían que la situación imaginaria continuara.
Dicen las malas lenguas —y la mía, que no es tan buena— que criticar es divulgar una carencia… A mí la coreografía no me gustó: fue trillada en su propuesta cabaretera. Buscaba unísonos que no fueron logrados. Pero tranquiles, están leyendo a una bailarina frustrada… igual. Si vamos a citar Tacones lejanos, película de Pedro Almodóvar, hay que tener VALOR. Reconozco que esta puesta no aspira a ser hábil. La torpeza es constante en el absurdo. Pero yo sí creo que existe una torpeza rigurosa. Iván Olmo la mostró en el inicio.
Siento que, a partir de este momento, la obra se me empezó a escapar. Hara Kiri (Sara Isabel Hernández) desarma al Detective, hay una lucha libre karateca y algo resuelve en su interior el encargado de la pesquisa. Rescato lo poético que implica que Hara Kiri y el Detective se conocen del mundo de las fantasías y/o delirios del investigador. Percibo el mundo interior del dramaturgo y director. Una pieza 20 años más joven que el Joaquín Octavio de ahora. No digo “más vieja”, porque este trabajo tiene la cualidad de la juventud. Puede ser extremista, pero incluye en su título el “casi”. Y eso es esperanzador. Cuando un joven artista propone adentrarse en el espectro que hay entre un lado y otro, entre el blanco y el negro… cuando la duda se convierte en premisa de una pieza… Esa Universidad de Puerto Rico amenazada cumplió su cometido: forjar la pregunta en estos artistas. Tenemos que defenderla.
Mientras tanto, en la morgue bailan algo africano y rematan al Profesor Z, que era una cabeza parlanchina que decidió cómo morir. Eso es poesía. Es un privilegio macabro el que se le concedió a esa cabeza. El Forense saca una inyección que parecía un proyectil y le jode el único ojo que le quedaba. Creo que esta historia de horror, casi en blanco y negro, alude constantemente a la ceguera selectiva del terruño. Quieres ignorar lo que está pasando… pues coge.
La viuda sexy es inocente hasta que se le demuestre lo contrario. La defenderé siempre, aunque traten de convencerme de su culpabilidad.
En general, hubiese preferido una obra menos larga. La síntesis es difícil, pero necesaria. No puedo acabar este escrito sin reconocer el monte de seres/personajes que sostuvieron el entuerto. Los paramédicos Víctor Villamil y Brayito Lebrón dejaron el pellejo en la movida y pronto morirán por unos gusanos comecerebros que se escaparon de su contenedor. Los policías leales y mafuteros, Marisa Gómez Cuevas e Israel Lugo, se dejaron sabrosear y cautivaron. Y el Fotógrafo, Pedro Juan Colón, flashaba la noticia que la Reportera Kairiana Núñez Santaliz investigaba. Este grupete merece que se escriba una segunda parte, porque son excelentes actores y actrices. Me dejaron con ganas de conocerles. Siempre es bueno quedarse con ganas de más al salir de una obra.
El diseño de luces me cautivó. Gracias, Héctor “Tito” Negrón… ¿seremos primos? Los primos se exprimen…
El diseño del programa, a cargo de Carina Tort, Pamela Báez y Cristina Agostini Fitch fue genial. Le falta información para hacerle la vida más fácil a una mariquita que se puso a tratar de reseñar el espectáculo. Pero de que es un objeto de arte, lo es. Últimamente las producciones descartan la impresión del programa por lo costoso que puede ser y es una pena. El programa es uno de los residuos que perduran en lo efímero del teatro.
Me puse de pie cuando esto acabó. Aplaudo la faena. Les juro que da gusto ver la autenticidad. El ojo al detalle. El trato justo con una audiencia sedienta de estética dura. Si estamos viviendo tiempos difíciles desde hace tanto tiempo, me suscribo a lo horroroso. Ojalá que nuestros muertos sigan presentes en los próximos momentos de desasosiego.
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Excelente escrito! 👏👏👏
ResponderEliminarMuchas gracias por leerme. Abrazos.
ResponderEliminarDe nuevo me encantó to texto. Felicidades. Gracias por darme la info de este blog. Soy aun tu compañera de silla en el Zoetrope de hoy domingo, Marithelma Costa
ResponderEliminarAmé esta reseña. ¡¡Me encanta como escribes!!! Gracias, Mickey. Abrazos.
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